«Hijos de la fábula», Fernando Aramburu

Título: Hijos de la fábula | Autor: Fernando Aramburu
Editorial: TusQuets | Número de páginas: 320 | Precio: 20’90€

Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) es un escritor contemporáneo que comenzó a desarrollar su carrera literaria en los años 90, habiendo publicado previamente, en los años 80, varios poemarios. Sin estar adscrito a algún grupo o generación literaria en concreto, ha cultivado géneros como la novela, el relato corto, la poesía y el ensayo. Sin duda, se le conoce por la autoría de Patria (2016), uno de los libros más controvertidos y con más éxito de ventas dentro del panorama editorial, que trata el asunto del conflicto vasco y la banda terrorista ETA, tema que vuelve a recoger en Hijos de la fábula, esta vez con un tono sarcástico y paródico.

En lo que respecta a los aspectos formales de la obra, esta se divide en siete capítulos donde se desarrollan las «andanzas» de los dos personajes que la protagonizan. Por otra parte, el libro se estructura en tres partes, aquellas que coinciden con la propia acción narrativa de la novela moderna: inicio, nudo y desenlace. Hay una primera parte en la que Asier y Joseba se esconden en la granja francesa y se encuentran fuertemente determinados por sus convicciones políticas. La segunda parte está delimitada por el viaje de retorno a España, momento en el que el comando constituido por los dos personajes se encuentra a la deriva y sin un plan de acción. Y la tercera y última parte se vincula con el regreso al país y con la resolución del futuro del talde. El espacio narrativo es el que mayormente determina la acción, puesto que el cambio de escenario permite que varíe el propio comportamiento de los protagonistas. Igualmente, la forma paródica en la que se sustenta el libro influye en la configuración de la trama por la degradación que sufren los acontecimientos durante la narración de la historia y por la ridiculización de los personajes y su ideología política.

En cuanto a la valoración que se puede hacer de la obra, vemos que la acción narrativa es limitada. Abundan los diálogos y las reflexiones de los personajes, lo que deriva en la presencia de escenas que mantienen un ritmo de lectura algo pausado y lo que hace que la trama se quede estancada en los primeros cuatro capítulos. Es decir, hasta que los personajes se mueven de escenario y los hechos comienzan a desarrollarse con mayor agilidad. Todo ello para encontrarnos con un final abrupto que no otorga el valor merecido a la obra.

Se puede pensar que es una estrategia del autor para romper las expectativas de lectura y dejar que el lector se quede con la sensación de que no es el final esperado que merecen los personajes. Una técnica que ya aparece en el género de la picaresca. De hecho, se puede advertir cierta influencia de la conducta de los personajes cervantinos, Quijote y Sancho, en los personajes de Aramburu. Sin embargo, establecer una comparación entre los mismos resulta injusto tanto para Cervantes como para Aramburu. Es más acertado decir que Asier y Joseba son personajes recogidos de la parodia, género en el que se sitúa la obra y los personajes de Cervantes, a partir de lo cual sí se podría realizar cierta comparación. La relación jerárquica que existe entre Asier y Joseba está presente pero no está tan delimitada, al igual que es difícil sacar un aprendizaje de ellos porque las características actanciales de los personajes se asemejan mucho más a las del Lazarillo. Esto se debe a que, aunque se trate de un dúo, hay una degradación tanto en los personajes como en la trama conforme se desarrollan los capítulos. La desgracia es un aspecto que está presente a lo largo de la obra, que define y justifica la historia en sí misma.

En general, y a pesar de que el final expuesto dé la sensación de que la obra está incompleta y merezca desarrollarse de otra manera, la lectura es amena con las situaciones cómicas que aparecen entre los personajes y en contraste con el drama que se sitúa de fondo. El lector se queda con la sensación de que, después de todo, nuestros dos protagonistas se merecían algo más, aunque solo fuese por ilusión que pusieron en su particular vivencia de la lucha contra el gigante Goliat.

«La valentía no se aprende. La astucia tampoco.»

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